CON
GUSTO
HOJAS DE ALMANAQUE
EMILI
PIERA
Me
gustan los calendarios y la literatura de almanaque. Hablaba con David, mi
librero, de los últimos encargos y entraron dos señoras que preguntaban por el Calendario Zaragozano. Esperé a que salieran
para indagar. Y este fue el resultado: “Sí, se sigue vendiendo, lo mismo que el
taco del Sagrado Corazón”. El taco es el clásico calendario/bloque dehiscente
con hojitas que se desprenden al compás de los días y su lento pero inexorable
trasiego. Debió de ser poco antes o después de que me llegara a casa El Calendari dels Brillants 2015, que
compone y anima desde Benissa micer J.J. Cardona Ivars y que este año
está dedicado a la economía alternativa y a los chorizos, así de la política
como de la charcutería (ha habido que ampliar páginas).
Pero
antes me había comprado el Llunari,
en Albocàsser, un calendario agrícola y perdón por el pleonasmo: no hay calendarios siderúrgicos, sólo los ciclos agrícolas
disponen el tiempo según un simulacro de orden. La alternativa es el calendario
caravanero, culturas del desierto que se rigen por la Luna. Joan Fuster
tuvo el arrojo de defender el género en tiempos muy barbudos. Un calendario es
una obra colosal, modelada por papas, emperadores y estrelleros, con el
propósito de acotar el curso del tiempo hacia una hipotética redención, que
existe, pero no se regala como los calendarios. Para grandes y pequeños es una
incontenible hemorragia que se va taponando, mal que bien, con días en rojo,
grumos de sabiduría de doctos autores que se desprenden del árbol de las
estaciones, posos de esperanza o recuerdo que van tejiendo su telaraña en el
corazón, relatos y sucedidos que entretienen.
Da
pena ver pasar el tiempo tan rápido, pero pasar es lo único y lo mejor que
puede hacer. La obstrucción es peor. A mi me gustan con santoral y fases
lunares que no tiene el almanaque longuilíneo de Bromera, tiras de diseño muy
útiles, en cambio, para hacer anotaciones. Este año no ha venido el calendario
nepalí que me compraba en la tienda de la esquina, ilustrado con dioses hindúes
que me hacían sentir todo el vértigo de las yugas
y kalpas.
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