jueves, 26 de marzo de 2015

PUÑETAS CORTESANAS


CON GUSTO
PUÑETAS CORTESANAS
EMILI PIERA
El alto tribunal que juzgaba la demanda de paternidad presentada al Rey emérito, ha concluido que no procede porque no hay pruebas suficientes. Algunos magistrados han expresado votos particulares y no me extraña. No hay peor falta de pruebas que no querer obtenerlas mediante un sencillo análisis de saliva, gracias a la tele dominamos los rudimentos de las pruebas de ADN, el resto de indicios de los pecados de alcoba, los suele borrar el alba. O la lavadora. La seguridad del Estado, no parecía comprometida por este episodio. El Rey no era, entonces, ni Príncipe, ni titular de ninguna jefatura del Estado, ni siquiera conforme a los dudosos enjuagues reglamentistas del franquismo. No se puede transferir lo que no se posee, fue en otra vida. 
Umbral solía referirse a “un Rey sin Corte”, pero con el tiempo a la Monarquía le tocaron muchos armarios de prendas de abrigo: más cortesanos que tenía el emperador de Persia. Es un proceso que va solo (si no lo evitas): los grandes árboles son muy buscados por toda clase de pajaritos –y pajarracos–, un monarca católico debiera iniciar sus oraciones de la mañana con una plegaria que dijese: “Jesusito de mi vida, líbrame del fervor monárquico que de los republicanos, ya me guardo yo solo”. A las testas coronadas les sienta bien la intangibilidad, la música clásica, los uniformes y las gestas patrióticas (deportivas, que para las otras, no nos alcanza el presupuesto). Pero enfangadas en eventos consuetudinarios, les cuesta mucho desprenderse del pardo peatonal.
Mientras tanto, el Poder Judicial le ha negado al juez Castro la posibilidad de prolongar su vida de magistrado y me parece que no ha sido por evitarle el desgaste. Ni por querer sentar en el banquillo a los Duques de Palma. Ahora pasamos del poder simbólico, al poder real, propiamente dicho. O sea el PP, retratado en las casi treinta piezas por corrupción, sólo en Baleares, que instruye Castro, un juez andante con moto en un gremio dado a la plácida obsolescencia. Las fotos no huelen, pero ese olor que no pueden reflejar es el de la sentina de un barco negrero.

miércoles, 25 de marzo de 2015

LA COMIDA ESTA CERCA


Melocomotó

    LA COMIDA ESTÁ CERCA
 EMILI PIERA
Como aconsejaban nuestras madres, cuando uno se sienta a la mesa no es conveniente pensar cómo se elaboró tal o cual ingrediente, qué vida llevó el animalito que te comes o como se desinfectó la cuba donde gasifican la cola que te estás bebiendo. Come y calla. O habla mucho para olvidar todo eso. En la mesa, ni política, ni preceptos morales, si acaso sexo o amor fraterno. Y como decía nuestro médico de familia, don Rafael Talens, comer de todo y sin manías. Si además tienes cierta edad y ya no meas todo lo que bebes y lo bebido y comido de más se transforma en hígado de oca o quilos de tocino, entonces, moderación.
Por otra parte, no hace falta ser musulmán o judío, jaín, hinduista o budista para entender el sentido de los ritos de sacrificio: somos una sola carne. Agradece tu alimento, ese animal sacrificado por ti, aunque sea pechuga de pavo del súper.
Dicho esto, la celebración de la feria Biocultura, muy animada, ha conseguido, en unión de muchísima gente, que el producto sano, biológico, artesano o próximo (o todo eso a la vez) sean, al menos, etiqueta cotizada, pues como dijo Patricia Restrepo, la colombiana que dirige el restaurante Kimpira (963 923 422), vegano, detrás del Ayuntamiento de Valencia, antes que sano, el plato ha de ser apetitoso. Me gustó mucho su paté de olivas y el sushi vegetal. Hay otro vegano en el centro: Paprika. Vegano es el restaurante vegetariano que no usa ni lácteos ni huevos.
Compramos en Biocultura unos cuantos quesos de leche cruda de Formatges Montbrú, buenísimos, el tinto bio de bodegas La Encina, Alicante (cinco euros) y el pinot noir Rabia (15 euros) de Toni Sarrión, no confundir con el bodeguero valenciano de El Mustiguillo. Esta bodega manchega usa diseño y nombres resonantes, de traca, pero el vino es formal y muy apetecible. Los amigos de Punt de Sabor (963 53 60 80) ya tienen en tienda más vinos biológicos de los que pudieron incluir en la pequeña guía editada por la Unió de Llauradors, otro día les hablo de ellos. Antes, habíamos comido con unos amigos, un auténtico kebab iraní –espero que Netanyahu no me lance bombas de fósforo– con arroz basmati, con su costra crujiente.
Sí, hay que volver la vista, en primer lugar, a lo que tienes más a mano. Roda el món i torna al Born. Si un ciudadano de l’Horta se pregunta cual son los viñedos que le quedan más cerca descubrirá fácilmente que son los de la franja que va de Chiva y Cheste a Godelleta y Torís. Compré un moscatel de Godelleta, muy bien de precio y con medalla francesa y, luego, visité la bodega Baronía de Turís, donde cargamos media docena de vinos, mejor los blancos y los dulces que los tintos, con una excepción: el 1920, un tinto de coupage, con garnacha tintorera, elaborado para celebrar la fundación de la cooperativa. El Viñamalata blanco tiene un toque dulce y una presentación francamente gratos. Menos de cinco euros.
Luego cominos en La Font (962 527 476) que es un restaurante de Torís digno de respeto. Amplios espacios, luz natural, patio y jardín y fuente con fauna. Pedimos el citado 1920 –cuerpo y paladar– y, como platos fuertes, el calamar loco (muy rico, del tamaño del pulpo con el que peló Nemo: lleva una salsita tipo romesco), el conejito a la brasa (medio) y la ensalada ilustrada con gulas y salmón. 23 euros por cabeza.
Los vinos que abrí últimamente son viejos conocidos y ninguno defraudó: el ribera de Duero Hacienda Monasterio 2010 que me regaló mi hermano, el ribeiro Divino Rei (varias veces considerado el mejor ribeiro) y el bobal La Picaraza, fermentado en las un poco paleolíticas cubas de cemento y sin embargo delicioso, barato y natural. Para que luego digan.

-Kimpira. Convent de Sant Francesc, 5. Valencia. 963 923 422. Cuidado restaurante vegano en el centro que cultiva el paladar además de la salud.

-La Font. C/Miguel Hernández, 3. Torís. 962 527 476. Carta amplia, también de vino y buena ejecución de los platos. Precios moderados.







ALFREDO CAMARENA


CON GUSTO
   ALFREDO CAMARENA
EMILI PIERA
Comprendes que has cumplido una edad cuando repites muchas veces –y en la misma semana– el camino que lleva al crematorio. Hasta que un día no puedas hacerlo porque seas tu el mensaje. Mi amigo Alfredo Camarena se ha ido el mismo día que Moncho Alpuente, el mejor vitriolo de Madrid. La coincidencia le hubiera encantado a Alfredo, el humor era una de las prendas de quien detestaría una despedida con botafumeiro y adjetivos retocados. A este caballero galán y algo torero, le encantaba el descarrilamiento del sentido, el disparate, las bodas, a veces deslumbrantes, entre la sensibilidad patatera y el empeño titánico.
Como era demasiado disperso y conjetural para la novela –“si no dius res, jo seguiré parlant” – cogió por banda a Ferran Torrent y le dio material para varias fábulas. Le encantaba regalar cosas, era de esos señores que saber hacerte ver que has sido elegido. Yo tuve ese privilegio: compartir con él mesa y machaquitos, confidencias, lugares profanos de espesor casi sagrado, paellas en el marjal y mesas redondas. Luego, al terminar todo, el hijo del guardagujas republicano, el que levantó una empresa con suerte y vista, el empresario próspero que devolvía el desdén que le dedicaban muchos de los suyos, aguardaba su regalo, codicioso de afectos, risas y chismes. No sabía estar solo y estaba acostumbrado a ser querido, aunque si le tocabas una pata de pollo de la paella, eras hombre muerto, eran una delicia reservada.
La última vez que nos vimos, ya no se movía de casa, pero estaba lúcido. Comprendí que sólo podía llevarle algo del mundo exterior: se acabó la parranda. Por ejemplo, una novela rara y fascinante como Shibumi. Él me correspondió con un libro del genetista Cavalli Sforza. Un amigo singular al que nada le gustaba más que la inteligencia amena, en valenciano o en castellano, como invitado o, más frecuentemente, como anfitrión. Merodeador de libros y saberes, editor cuando hizo al caso y cazador reconvertido a ecologista en su rincón privado de Sacarés: “En mate deu i en crie mil”. Le seguiré abrazando en sus hijos.

martes, 24 de marzo de 2015

Primavera romana


CON GUSTO
   PRIMAVERA ROMANA
EMILI PIERA
Después de tres días de lluvia volví por el Panteón romano para vez si la luz nueva y azul penetraba como una columna oblicua por el ojo de buey abierto en el vértice de su cúpula. No era el momento apropiado para festejar el comienzo –el año, les cuenten lo que les cuenten, empieza ahora con la recirculación del torrente hormonal– que llegaría al día siguiente. Aproveché el momento de duda y de señales confusas para dejarme regalar una preciosa camisa verde y tomar el café de ritual en San Eustaquio. 
Me fijé en los pinos de El Vaticano, que tienen una poderosa cualidad pictórica, pero que no son más hermosos que los que se levantan en cualquiera de las siete o setecientas colinas de la ciudad, muchas son un venerable montón de escombros. Los pinos se asientan sobre una sólida base cultural y al tocar con sus raíces un capitel jónico o un canecillo o un fragmento de ánfora se vuelven más densos y altos y retuercen sus ramas con una pose tan estudiada como la del más arrebatado bailarín del Bolshoi.
Sí, al día siguiente encontré la luz que comemos los pinos y los demás, en una hermosa terraza en blanco y negro junto a Termini. No nos atrevimos a poner las paletillas a dorar bajo el sol, nos conformamos con tenerlo de compañero de mesa, a cierta distancia. El camarero debió de percibir nuestra expresión de arrobo pues cada café nos salió por casi cuatro euros. Para ser la gloria, es barato. Así que nos encaminamos hacia San Juan de Letrán (pasando antes por Santa María la Mayor) y en el templo del obispo de Roma, desde el transepto, vi dos vigorosos torrentes de luz derramados desde unas ventanas muy altas. Esa colada de oro, interpuesta entre los ojos y el ábside, jugaba a esconder y revelar a los santos del mosaico. Mentiría si dijese que leí algún augurio. Tan solo cuando el avión tomó tierra en Manises, mientras destellaban los castillos de San José y unos adolescentes de excursión rugían entre aplausos y berridos, entonces, sí, se presentó el año, a estrenar, mientras uno de ellos gritaba: “¡Hemos sobrevivido a otro vuelo de Ryanair!”.