CON GUSTO
PUÑETAS CORTESANAS
EMILI PIERA
El alto tribunal que juzgaba la demanda
de paternidad presentada al Rey emérito, ha concluido que no procede porque no
hay pruebas suficientes. Algunos magistrados han expresado votos particulares y
no me extraña. No hay peor falta de pruebas que no querer obtenerlas mediante
un sencillo análisis de saliva, gracias a la tele dominamos los rudimentos de
las pruebas de ADN, el resto de indicios de los pecados de alcoba, los suele
borrar el alba. O la lavadora. La seguridad del Estado, no parecía comprometida
por este episodio. El Rey no era, entonces, ni Príncipe, ni titular de ninguna
jefatura del Estado, ni siquiera conforme a los dudosos enjuagues reglamentistas
del franquismo. No se puede transferir lo que no se posee, fue en otra vida.
Umbral solía referirse a “un Rey sin Corte”,
pero con el tiempo a la Monarquía le tocaron muchos armarios de prendas de
abrigo: más cortesanos que tenía el emperador de Persia. Es un proceso que va
solo (si no lo evitas): los grandes árboles son muy buscados por toda clase de
pajaritos –y pajarracos–, un monarca católico debiera iniciar sus oraciones de
la mañana con una plegaria que dijese: “Jesusito de mi vida, líbrame del fervor
monárquico que de los republicanos, ya me guardo yo solo”. A las testas
coronadas les sienta bien la intangibilidad, la música clásica, los uniformes y
las gestas patrióticas (deportivas, que para las otras, no nos alcanza el
presupuesto). Pero enfangadas en eventos consuetudinarios, les cuesta mucho desprenderse
del pardo peatonal.
Mientras tanto, el Poder Judicial le ha
negado al juez Castro la posibilidad de prolongar su vida de magistrado
y me parece que no ha sido por evitarle el desgaste. Ni por querer sentar en el
banquillo a los Duques de Palma. Ahora pasamos del poder simbólico, al
poder real, propiamente dicho. O sea el PP, retratado en las casi treinta
piezas por corrupción, sólo en Baleares, que instruye Castro, un juez andante
con moto en un gremio dado a la plácida obsolescencia. Las fotos no huelen,
pero ese olor que no pueden reflejar es el de la sentina de un barco negrero.
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