CON
GUSTO
PRIMAVERA ROMANA
EMILI
PIERA
Después
de tres días de lluvia volví por el Panteón romano para vez si la luz nueva y
azul penetraba como una columna oblicua por el ojo de buey abierto en el
vértice de su cúpula. No era el momento apropiado para festejar el comienzo –el
año, les cuenten lo que les cuenten, empieza ahora con la recirculación del
torrente hormonal– que llegaría al día siguiente. Aproveché el momento de duda
y de señales confusas para dejarme regalar una preciosa camisa verde y tomar el
café de ritual en San Eustaquio.
Me
fijé en los pinos de El Vaticano, que tienen una poderosa cualidad pictórica,
pero que no son más hermosos que los que se levantan en cualquiera de las siete
o setecientas colinas de la ciudad, muchas son un venerable montón de escombros.
Los pinos se asientan sobre una sólida base cultural y al tocar con sus raíces
un capitel jónico o un canecillo o un fragmento de ánfora se vuelven más densos
y altos y retuercen sus ramas con una pose tan estudiada como la del más
arrebatado bailarín del Bolshoi.
Sí,
al día siguiente encontré la luz que comemos los pinos y los demás, en una
hermosa terraza en blanco y negro junto a Termini. No nos atrevimos a poner las
paletillas a dorar bajo el sol, nos conformamos con tenerlo de compañero de
mesa, a cierta distancia. El camarero debió de percibir nuestra expresión de
arrobo pues cada café nos salió por casi cuatro euros. Para ser la gloria, es
barato. Así que nos encaminamos hacia San Juan de Letrán (pasando antes por
Santa María la Mayor) y en el templo del obispo de Roma, desde el transepto, vi
dos vigorosos torrentes de luz derramados desde unas ventanas muy altas. Esa
colada de oro, interpuesta entre los ojos y el ábside, jugaba a esconder y
revelar a los santos del mosaico. Mentiría si dijese que leí algún augurio. Tan
solo cuando el avión tomó tierra en Manises, mientras destellaban los castillos
de San José y unos adolescentes de excursión rugían entre aplausos y berridos, entonces,
sí, se presentó el año, a estrenar, mientras uno de ellos gritaba: “¡Hemos
sobrevivido a otro vuelo de Ryanair!”.
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