CON GUSTO
ALFREDO
CAMARENA
EMILI PIERA
Comprendes que has cumplido una edad
cuando repites muchas veces –y en la misma semana– el camino que lleva al
crematorio. Hasta que un día no puedas hacerlo porque seas tu el mensaje. Mi
amigo Alfredo Camarena se ha ido el mismo día que Moncho Alpuente,
el mejor vitriolo de Madrid. La coincidencia le hubiera encantado a Alfredo, el
humor era una de las prendas de quien detestaría una despedida con botafumeiro
y adjetivos retocados. A este caballero galán y algo torero, le encantaba el
descarrilamiento del sentido, el disparate, las bodas, a veces deslumbrantes, entre
la sensibilidad patatera y el empeño titánico.
Como era demasiado disperso y
conjetural para la novela –“si no dius res, jo seguiré parlant” – cogió por
banda a Ferran Torrent y le dio material para varias fábulas. Le
encantaba regalar cosas, era de esos señores que saber hacerte ver que has sido
elegido. Yo tuve ese privilegio: compartir con él mesa y machaquitos, confidencias, lugares profanos de espesor casi sagrado,
paellas en el marjal y mesas redondas. Luego, al terminar todo, el hijo del
guardagujas republicano, el que levantó una empresa con suerte y vista, el
empresario próspero que devolvía el desdén que le dedicaban muchos de los
suyos, aguardaba su regalo, codicioso de afectos, risas y chismes. No sabía
estar solo y estaba acostumbrado a ser querido, aunque si le tocabas una pata
de pollo de la paella, eras hombre muerto, eran una delicia reservada.
La última vez que nos vimos, ya no se
movía de casa, pero estaba lúcido. Comprendí que sólo podía llevarle algo del
mundo exterior: se acabó la parranda. Por ejemplo, una novela rara y fascinante
como Shibumi. Él me correspondió con
un libro del genetista Cavalli Sforza. Un amigo singular al que nada le
gustaba más que la inteligencia amena, en valenciano o en castellano, como
invitado o, más frecuentemente, como anfitrión. Merodeador de libros y saberes,
editor cuando hizo al caso y cazador reconvertido a ecologista en su rincón
privado de Sacarés: “En mate deu i en crie mil”. Le seguiré abrazando en sus
hijos.
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