viernes, 4 de septiembre de 2015

CORONA D'ARAGÓ


CON GUSTO
   TENGO LA SOLUCIÓN
EMILI PIERA
Nuestros conflictos de identidad y pertenencia, esa costumbre de mirarnos el apellido y la nariz de gancho, la pureza de sangre, el linaje y el Registro de la Propiedad, esa cosa, ha alcanzado tal gravedad que el Celta de Vigo y el Eibar encabezan la Liga Nacional de Futbol. Cuando las cosas son normales el Celta, ni va bien en Primera ni mal en Segunda, que es lo decente, digamos la expresión normal de galleguidad. Mientras, los vizcaínos tal vez hartos de que se hable tanto de los catalanes y tan poco de ellos, han echado mano de sus reservas de pundonor. Y eso no es nada: ahora que tenemos tantas tormentas, uno no, pero tres bilbaínos juntos son capaces de atrapar un rayo y comérselo, y no dejar más rastro que un cosquilleo en el paladar, un leve titilar de orejas y un destello de chiribitas en el entrecejo.
Si Felipe González se abstiene de repetir homilía y no compara más una Catalunya independiente con Albania y si los fiscales del Estado se abstienen de cualquier hiperactividad con los presuntos chorizos amparados en Convergència y que la justicia sea tan morosa como de costumbre, y más cuando se trata de personas de posición, es muy posible que Catalunya siga en España. Hay una cosa que al macizo de la raza le preocupa más que un catalán en sí y para sí, y es un catalán proliferante, como el conseller Carles Gordó, que nos ofrecía pasaporte catalán a los valencianos, a los aragoneses, a media España. Pues a mí no me preocupa que me ofrezcan cosas, siempre puedo decir que no.
Como ustedes saben, considero que el nacionalismo es como ese grupito que en una discoteca repleta de chicas guapas, sostiene, cubata en mano, las ventajas de la castidad: no lo veo. Sin embargo Gordó, sin quererlo, apuntó un dato crucial: la mala dotación de los antiguos territorios de la Corona de Aragón, la ley electoral que castiga a nuestras ciudades y subvenciona los vacíos castellanos, una política de obras públicas casi hostil al dinamismo de los negocios de este lado del mar y en fin, unas fiscalidad muy mejorable. La solución: poner catalanes en Madrid.   

jueves, 3 de septiembre de 2015

DEBER DE HUMANIDAD


CON GUSTO
   DEBER DE HUMANIDAD
EMILI PIERA
Puede que Italia y Grecia funcionen peor que Gran Bretaña o Suecia, pero su esfuerzo, su tolerancia y humanidad, han evitado un éxodo aún más sangriento y doloroso, más apocalíptico y negro, del que ya se da a las mismas puertas de la UE, la comunitaria, la que se enfrenta, le guste o no, a la crisis de los refugiados. Ahora mismo, Líbano y Turquía –que no pretenden ser modelo de casi nada– acogen más refugiados que toda Europa y nuestro continente recibe, en proporción, menos asilados de los que soportó Francia tras el exilio de los republicanos españoles o la Alemania de postguerra tras el hundimiento nazi.
Todo se ha revuelto en el discurso populista: el malestar por la crisis, el repliegue del estado nacional y el miedo al distinto; la islamofobia, el mercado laboral de los irregulares (que se sostiene con empleadores ventajistas) y la emergencia de los fugitivos. Estos últimos son los que requieren una atención más urgente y amplia, porque el tiempo corre y a cada minuto que pasa se hunde otra barcaza podrida, atestada de huidos del horror y la violencia. La claridad con que Angela Merkel ha defendido el derecho de asilo y las manifestaciones masivas en Alemania a favor de los refugiados son dos datos muy esperanzadores.
Pero ¿qué culpa tenemos nosotros de conflictos tan lejanos? Pues resulta que si tenemos alguna responsabilidad. Más del 90% de los fugitivos proceden de países como Libia, Irak y Afganistán y casi la mitad son de Siria. Loa países citados coinciden con los lugares en los que nuestros gobiernos (sostenidos con nuestros votos) emprendieron iniciativas bélicas descabezas, cínicas, hasta el punto de convertir añejas dictaduras en algo mucho peor: estados fallidos. Uno de ellos –Libia– nos tiene a tiro de misil barato. Y aunque fueran asuntos por completo ajenos, que no lo son, antes que la prosperidad o el equilibrio presupuestario, antes que la religión o la ideología, está el deber de humanidad, lo que nos hace personas: enterrar a los muertos, alimentar al hambriento, acoger al fugitivo. Con un Donald Trump, basta y sobra.