sábado, 24 de enero de 2015

Hojas de almanaque


CON GUSTO
 HOJAS DE ALMANAQUE
EMILI PIERA
Me gustan los calendarios y la literatura de almanaque. Hablaba con David, mi librero, de los últimos encargos y entraron dos señoras que preguntaban por el Calendario Zaragozano. Esperé a que salieran para indagar. Y este fue el resultado: “Sí, se sigue vendiendo, lo mismo que el taco del Sagrado Corazón”. El taco es el clásico calendario/bloque dehiscente con hojitas que se desprenden al compás de los días y su lento pero inexorable trasiego. Debió de ser poco antes o después de que me llegara a casa El Calendari dels Brillants 2015, que compone y anima desde Benissa micer J.J. Cardona Ivars y que este año está dedicado a la economía alternativa y a los chorizos, así de la política como de la charcutería (ha habido que ampliar páginas).
Pero antes me había comprado el Llunari, en Albocàsser, un calendario agrícola y perdón por el pleonasmo: no hay  calendarios siderúrgicos, sólo los ciclos agrícolas disponen el tiempo según un simulacro de orden. La alternativa es el calendario caravanero, culturas del desierto que se rigen por la Luna. Joan Fuster tuvo el arrojo de defender el género en tiempos muy barbudos. Un calendario es una obra colosal, modelada por papas, emperadores y estrelleros, con el propósito de acotar el curso del tiempo hacia una hipotética redención, que existe, pero no se regala como los calendarios. Para grandes y pequeños es una incontenible hemorragia que se va taponando, mal que bien, con días en rojo, grumos de sabiduría de doctos autores que se desprenden del árbol de las estaciones, posos de esperanza o recuerdo que van tejiendo su telaraña en el corazón, relatos y sucedidos que entretienen.
Da pena ver pasar el tiempo tan rápido, pero pasar es lo único y lo mejor que puede hacer. La obstrucción es peor. A mi me gustan con santoral y fases lunares que no tiene el almanaque longuilíneo de Bromera, tiras de diseño muy útiles, en cambio, para hacer anotaciones. Este año no ha venido el calendario nepalí que me compraba en la tienda de la esquina, ilustrado con dioses hindúes que me hacían sentir todo el vértigo de las yugas y kalpas.    

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