jueves, 4 de febrero de 2016

La Marina Real y Sagra, La Marina


Melocomotó

   BUENAS COCINAS TÍMIDAS
 Emili Piera
Hay restaurantes que te encuentras y otros que te cuesta encontrar. A la primera categoría responde un establecimiento curioso –Un cuiner a l’escoleta, en Sagra– a donde llegué, un poco por casualidad, hace tiempo, y que en esta nueva visita ha confirmado, ampliamente, la buena impresión inicial. A la segunda categoría pertenece Vinícolas & Raúl Aleixandre que pese a estar en el puerto de Valencia y en la Marina Real, ¡oh!, hay que llegar allí después de desafiar el espíritu laberintico, la afición a las barreras y la falta de indicaciones claras, tan del gusto de los responsables del mangoneo portuario, si la cosa no la cambia el alcalde Joan Ribó, que no debe de ser nada fácil. Eso sí, el restaurante es un cubículo luminoso encarado a la dársena y las palmeras. Muy grato. Y comimos bien.
Estas fiestas me ha tocado cocinar bastante. Con gusto. Pollo terayaki y curry de pollo. Y un arroz al horno con morcilla y blanquet y costilla muy magra de cerdo. Salió suelto, en su punto, aunque se confirmó la validez de un principio gastronómico: no recortes demasiado el componente graso, afecta al sabor. Es preferible controlar la cantidad de lo que comes que reducir drásticamente las grasas: vehiculan muchos sabores (y vitaminas). Y eso vale para todos y en especial para los que quieren adelgazar. Habría cerrado el período navideño con un pato con peras, pero me atacó el virus, el frío ausente no limpia el entorno. Me debo ese pato y lo voy a pagar.
Un cuiner a l’escoleta está en la piscina de Sagra, cerca de Pego. A primera hora del día ya les quedaba sólo una mesa. Imprescindible reservar. Tenían un menú de tapas y otro de platos más formales. Elegimos el segundo (25 euros), que empezaba con un festival de entrantes: carquinyol de figa (con un vermut invertido) , creïlles en argila i romescu, gamba en bleda, espumós de polp en creïlla, pa i calentet, figatells de peix en mostassa, coca de la Marina en capellà i bonyítol confitat, buenísimo.
De plato principal, pescado (una caballa en su punto) o cordero confitado (muy meloso). El postre, un ligero caliquenyo de torró que tenía, efectivamente, forma de cigarro. Para beber, un impecable Enrique Mendoza, pinot noir. 35 euros por cabeza.
El chef de Un cuiner a l’escoleta es Julio Vargas, de Ador, un saforenc que se echó novia en Sagra y ya se quedó por allí. Pertenece a la especie de cocineros tímidos pero resolutivos.
Curiosamente, el menú de Vinícolas de Raül Aleixandre, que también es un carácter reservado, seguía el mismo esquema: entrantes variados, plato principal y postre. En los entremeses, anchoa en salazón con crema de queso de cabra y aceituna negra, albóndigas de bacalao, muy buenas, espárragos blancos con mahonesa caliente (un plato nada fácil y bien resuelto), berberechos en gelée con sopa de tomate, albahaca e hinojo, sorprendente, y puré caliente de topinambur con trufa de invierno.
De plato principal, suquet de pescadores. De postre, una acertada torrija con helado de turrón, rocas de chocolate y almendra y roscón de reyes (mi hermana se había traído de Sueca la casca de boniato que es nuestro roscón racial). Como en el capítulo de vinos, no nos cortamos, la cosa subió bastante: una estupenda manzanilla, un blanco Finca Calvestra de El Mustiguillo y un tinto Luno 2012 de Montsant, me parece. 80 euros por cabeza.
Por cierto la Semana de Cocina de Cuchara de la cafetería del MuVIM tiene nuevas fechas en firme: la primera semana de febrero (del 2 al 7). Habrá putxero pegolí, espardenyà de Sueca, arròs de llagosta de Bellreguard, blat picat de Xaló , putxero de polp y Marinera de Xàbia. Atentos al menú completo.  

Un cuiner en l’escoleta. Piscina Municipal de Sagra. Marina Alta. Cocina con raíces y elaboraciones precisas y limpias. Muy recomendable. Reservar. 965 587 653. 35 euros por persona

Vinícolas & Raúl Aleixandre. Marina Real sur. Local F2. Valencia. Para disfrutar de un comida tranquila frente a la dársena a cargo de un gran cocinero. Sobre 70 euros por persona.





Trànsit d'any, tràfec perillós


CON GUSTO
  FERRAN Y EL VIRUS
EMILI PIERA
Nunca vi tanta gente enferma como en el cambio de año. El virus. Lo tuvo mi mujer, lo tuve yo, lo tuvieron mis hermanos y hasta mi vecinito Ferran, que canta con su madre grandes éxitos para cagoncetes y mantiene largos razonamientos con ella. Lo escucho mientras me afeito y me río. El chavalín tuvo que ser internado por un problema de plaquetas. Es ese virus que te descompone las tripas y te deja magullado. El primer día me dolían las rodillas; el segundo, todo el cuerpo; el tercero y el cuarto, se centró en la zona lumbar y luego se fue como había venido, qué raros son los virus de ahora: normal, mutan sin lluvia en inviernos calientes.
Supongo que sabes que has entrado en cierta edad porque crece sin cesar el cómputo de los afectados por esto y lo otro, la cifra de los que dejaron el juego (“tienes que mirarte la próstata”, me dice un amigo), en una especie de competición hacia la completa incompetencia. Dicen que el invierno se cubre de blancos cristales para depositar sobre ellos la nubecilla del aliento, que a veces es el último, y que siga la rueda. Cuando yo tenía la edad de Ferran, sólo había media docena de canciones infantiles, una buena parte bastante obscenas, aunque, al ser el pequeño de la casa, me alcanzó la primera ola del rock: los chicos de la cuadrilla de mi hermana eran tan modernos que se llamaban Peña Sputnik y ponían en el picú a Elvis y Jerry Lee Lewis. Me gustaban.
Mi hermana (en funciones de madre de complemento) y sus amigas, me llevaban al mar y se me iban pasando de unos brazos a otros (a veces me puteaban haciéndome aguadillas): nunca estuve tan a gusto como cuando flotaba en aquel cálido mar de tetas, digo de Tethys. Ahora, el escalpelo va a sajar uno de aquellos pechos adorables. Cuando mi querido tío Pepe vivía sus últimos días, le entraban tremendos accesos de desasosiego y en uno de ellos salió corriendo de la casa y tuve que seguirle un buen trecho hasta darle alcance y abrazarlo. La medicina funcionó pues fue aflojando los músculos de los brazos y entonces le sonreí a la cara y él me dijo como con la voz de un sueño: “Què curt ha sigut tot!”    

Classes de glam


CON GUSTO
   MEMORIAS DEL GLAM
EMILI PIERA
Aún recuerdo el día en que descubrí el glam. Fue en 1970 o 71 en el escaparate de la única tienda de Sueca que me importaba, la de discos, donde un par de sujetos con un cardado de mamá de la clavariesa y un abrigo de pieles que no se pondría ni un ministro de Antonio Maura, se apoyaban en una columna con un chihuahua en brazos. Aún se llamaban más raro: T. Rex. Ahora el glam se ha difundido al ritmo de su dilución y hasta para la nueva legislatura se han traído un bebé, una banda de música o unas camisetas vindicativas. Glam parroquial. Ni que decir tiene que los más jóvenes del lugar ignoran que es el glamour si no han visto Cleopatra, la película.
Puede parecer que el padre del glam es David Bowie, pero eso es porque no han visto la película Velvet Goldmine donde queda muy claro que el santo fundador, con permiso de Liz Taylor, fue Oscar Wilde para quien sólo había un artículo de primera necesidad: el lujo. Quizás sea verdad. Bowie y Lou Reed murieron casi de viejos, teniendo en cuenta su real mala vida, no como cierto poeta español y también muy del glam, que se ha pasado la vida hablando de trasgresiones y satanismo, y bebe Coca-Cola. En esa hora funeral, muy apropiada para recaer en lugares comunes, se ha destacado el estilo camaleónico, adopcionista, de Bowie, como si eso no fuera rasgo propio del pop en general y más del pop inglés, donde Elton John si quiere, puede parecer un bluesman.
The Beatles chuparon de Chuck Berry, Rolling Stones del blues sureño y todos de Elvis Presley que, como era de pueblo –Tupelo, Misisipi– no se atrevió a colgarse más que un collar de flores y, hacia el final, pobre, a disfrazarse de vendedor de coches usados pasado de crack. Michael Jackson tenia que desposarse con la hija de Presley (los matrimonios con una corona en juego se han de concertar y sino, mira lo que pasa) aunque bailar, bailaba como dios y aprendió de James Brown, el terremoto moreno. El glam fue rock más make up. Luego vino el clip, los efectos especiales y el tupé de moco espacial de Donald Trump, que es glam tiñoso.        

Sobre màrtirs i sants (no és el mateix)


CON GUSTO
 DEMASIADOS MÁRTIRES
EMILI PIERA
Los que ven el mundo musulmán como literalmente poseído por un frenesí autodestructivo y sectario (ambas cosas favorecidas por subvenciones sospechosas y jugarretas imperiales), los que tienden a ver las cosas así, deberían ser más humildes: Europa se pasó varios siglos desgarrándose en guerras de religión y su forma, no menos incivil, pero laica, el nacionalismo y su “transferencia de sacralidad”. Guerras no más sensatas que los bombazos recíprocos entre chiíes, sunitas y demás familia. Lo evoca, con el doble estremecimiento de la belleza y el horror, Robert Louis Stevenson en sus viajes con la burra Modestine por las gargantas del Tarn, las tierras del Aude y otros lugares del Languedoc.
Y en esas que monseñor Cañizares me da un susto: “la libertad la traen los mártires, no los revolucionarios”. Puede, eminencia, pero, por favor que no tengan prisa, hay otras formas de hacer frente a la crisis de santos (sabios y guerreros). Ha costado mucho que aquí, en Sicilia, que es donde le leí, puedan festejar a San Sebastián y, un poco más tarde, a Santa Ágata y, entre medias, los Carnavales, con paz, banderolas y andas barrocas como los pasos de Sevilla, una fiesta muy cristiana, sin duda, pero también un poco indostánica. Por cierto, en Pakistán fueron elevadas al cielo de Alá 3600 almas el último año, que no fue malo en crímenes de secta; en los anteriores, la cosa fue peor. Nuestro querido arzobispo no  debería parecer el califa Abú Bakr al-Bagdadí.
Con menos mártires, también nos hubiéramos arreglado. Confieso que tuve en mis manos el libro Avarizia (aún por traducir que yo sepa) de Emiliano Fittipaldi (les juro que no es mi pseudónimo), dedicado a las finanzas vaticanas, pero yo ya había seguido el culebrón del Banco Ambrosiano y el banquero Roberto Calvi, suicidado bajo el puente de Blackfriars. Dice el autor que es por ayudar al papa Francisco, pero la proclamación despide cierto tufo hipócrita. El catolicismo, al menos, sigue siendo cosmopolita que era la acusación que pesaba sobre los soviéticos sospechosos de poco patriotismo, otra fábrica de mártires aquella.