sábado, 24 de enero de 2015

Artículo de Blanca Aparisi. El mito de la nación


Catarsis
El mito de la nación única y soberana
Sintiéndolo mucho –y especialmente me dirijo a aquellos mastodontes que se basan en el folclore y las tradiciones inmemorables– la nación es un constructo social. Sí, una invención. Un artificio político que se sustenta en elementos subjetivos para construir la idea de pertenecer a una misma comunidad imaginada. Tiene fecha de inicio y fecha de caducidad. Tiene límites fronterizos que se expanden y se contraen y que no son inamovibles.

No les voy a discutir que el sentimiento de identidad trasciende más allá de la palabrería política. Es un sustrato de una pureza incandescente que, inconforme con permanecer en el corazón del ciudadano, traza lazos imperceptibles e indivisibles entre personas que se sienten parte de una misma cultura.

El problema es que el romanticismo desaparece cuando entran los intereses de las élites soberanas. La oligarquía, que muta en función de la época, rige los parámetros de una nueva creación. Busca movilizarla en una dirección determinada para alcanzar su propósito: una posición dentro del statu quo de control, enaltecida y loable. El pobre sustrato, que se había sentido soberano en sus inicios, desfallece en el intento de ser dueño de su destino.

La articulación de este sentimiento ha sido distinto, claro está, a medida que las triquiñuelas de la historia se han ido interponiendo. Y las técnicas para manejarlo han devenido más manidas conforme la inocencia del sustrato iba transformándose en incredulidad, cuando se puede resistir al deseo de olvidar.

Sinceramente, y no es porque haya florecido en mi el instinto de maternidad, me da pena el pobre sustrato. Odio la deformación de un sentimiento. Aborrezco a aquellos que se creen soberanos de la opinión pública, la manejan a su antojo y la alimentan con un odio visceral hacia los “otros”, hacia los que incomodan o no entran a formar parte del paradigma político que han defendido a ultranza. Da igual la ideología; la reacción es la misma cuando el ideal que ellos habían imaginado se desmorona.

En España se está lidiando una batalla de naciones. El nacionalismo español inmovilista y el combatiente catalanismo, dos invenciones sociales al fin y al cabo, deberían reflexionar sobre dónde ha quedado su sustrato aunque, después de toda una campaña propagandística, dejar de lado la ambición irracional y el ego personal cuesta. Y la ciudadanía, adormecida, habría de pensar qué sucede con su identidad colectiva cuando se convierte en nación, en qué medida sirven a las pretensiones de un líder.

Blanca Aparisi Galán

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