CON GUSTO
SUFRO EN SILENCIO
EMILI PIERA
Con el asunto de la independencia de
Cataluña empieza a hablarse con palabras mayores sacadas del arsenal del Estado
que, como es bien sabido, es un compendio de arsenales de todo tipo: con la
peor de las intenciones. El artículo 155 y todo eso. De ahí que no acabe de
comprender yo a los catalanes que hablan de crear otro estado independiente,
por mi no se priven, pero qué fatiga. Los independentistas tienen un suelo en
torno al 30% y además, y hacen bien, son muy activistas. Como los gatos o los
acordeones pueden estirarse un poco o un mucho, según se toque un ritmo, bailable
o no, o según el grado de cabreo del personal. Lo de votar por la independencia
de Cataluña porque has perdido el trabajo o gobierna Rajoy, tampoco lo
acabo de entender:
-Voy a leer a Unamuno
-¿Pero a ti te gusta ese?
-No, pero es para protestar contra la
arbitrariedad de Pío Baroja.
Ahora parecía que las candidaturas de
unidad popular habían puesto sobre el tapete unas cuantas realidades: el horror
social de cinco millones de parados, el desierto industrial, la pobreza infantil,
el deterioro de la sanidad y a escuela públicas, la violación del laicismo del
Estado (no le han aplicado el artículo 155) y el saqueo de las cuentas privadas,
de los presupuestos y de las reservas para las pensiones. Eso sí que son
problemas, comprendo a los patriotas sometidos al opiáceo poder del síndrome de
alejamiento –más bien de alelamiento–: todo se resolverá con la proclamación de
la independencia.
Como soy un descreído, no tengo ninguna
fe –y menos esperanza aún– de que el neoliberal Artur Mas se transforme
en Olof Palme, el socialdemócrata. Pero él vive indemne a la crítica,
exonerado de todo escrutinio, inasible, la culpa es del otro. Los nacionalistas, si rechazas sus propuestas,
te tachan de inmovilista y sordo. Como si los quietos y duros de oído no fueran
personas (tienen garrota, y muy mala leche) o como si sólo ellos –y no los que
padecemos almorranas– tuvieran derecho a privilegios y exenciones.
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