CON GUSTO
LAS DUDAS DE MÒNICA
EMILI PIERA
Recolocarse es muy difícil para
cualquiera, también para los que han provocado el cambio. Por eso estoy contra
las revoluciones: sus primeras víctimas son los revolucionarios, incluso cuando
se trata de revoluciones indispensables, que las hay. No creo que pertenezca,
ni de lejos, a esta categoría la inminente provisión de plazas en la
Generalitat Valenciana. Comprendo muy bien a Mònica Oltra: ha sido la
gran esperanza, la revelación política de varias temporadas, la preferida de Pablo
Iglesias y, sobre todo, la corajuda mujer del pueblo que dejó con el culo
al aire a centenares de mangantes de esa banda organizada que es el PP
valenciano.
Hasta ahí todo más o menos claro. Pero
Mònica Oltra no ha obtenido la mayoría de los votos, ni siquiera es el segmento
dominante entre los electores de izquierdas, sólo –y nada menos- una gran
esperanza y un corazón bravo. Aún comprendo mejor su posición actual: si entra
en el gobierno como segunda de Ximo Puig, su papel quedará un tanto
desdibujado y tampoco podrá ejercer la oposición con esa brillantez a la que
nos tiene acostumbrados y, por cierto, tan infrecuente en otros líderes de
izquierda, moderada o no. Sí, no es fácil su cometido, pero no ha obtenido ni
la mayoría relativa de los votos y, aunque no pienso hacer de arúspice y leer
en las entrañas de esa abstracción social llamada electorado para ver cuál ha
sido su mensaje, está claro que los votos del cambio superan, con mucho, a los
de la inmovilidad.
Así pues, no veo horizonte más viable
que el del pacto PSOE-Compromís con Ximo Puig de President y Podemos de posible
tercer socio, pasivo o activo, y la vista puesta en noviembre, cuando se juega
el premio gordo y la redefinición, más o menos asumida o declarada, de las
alianzas. Así es y he de decir que a mi no me asusta un gobierno
PSOE/Ciudadanos, aunque se trate de una combinación conservadora. Lo es, pero
también es nueva, trae el aire fresco de la decencia y otra sensibilidad. Desde
la óptica de un ciudadano cualquiera como yo, no sería una tragedia. O sea, que
Mònica verá.
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