CON GUSTO
DERECHA BRONQUISTA
EMILI PIERA
La derecha española –y la valenciana
como mera delegación– es muy bronquista y no sólo cuando pierde unas
elecciones, sino incluso cuando las gana, lo cual es sumamente raro en el mundo
mundial y me recuerda a esos pobres aficionados de algún equipo periférico –el
Depor o el Valencia – que cuando ganan una Liga, en vez de disfrutarlo tan
largamente como permitan los tiempos, se dedican a denigrar al Madrid (o al
Barça), que no diré que no se lo merezcan, pero la denigración es incompatible
con el goce, allá ellos. Cuando Zaplana obtuvo la mayoría relativa, durante
los dos primeros años, en vez de contarnos sus proyectos –pagarle en negro a Julio
Iglesias, ampliar con Les Arts la Ciutat de Les Ciències (de modo que la
deuda se convirtiera en un agujero sin riberas) y desfondar las Cajas de
Ahorros–, en vez de eso, digo, nos contaban lo malos que habían sido los del
PSOE.
Sorprendentemente, les salió bastante
bien (con la colaboración de los socialistas, todo hay que decirlo), pero la
bronca, entonces, como antes y después, estaba garantizada: como en el 2004,
cuando la victoria de Zapatero fue presentada como la alianza de
etarras, izquierdosos y yihaidistas.
Como ahora mismo con el alcalde de Valladolid encadenado a la poltrona contra sentencia
judicial y la tercera edad del barrio de Salamanca, Madrid, clamando contra
Podemos. Y eso que sólo ha obtenido la mitad de los votos que obtendrá, presumiblemente,
en las generales. Y es que se lo ponen muy fácil: ¿Cómo es posible que se metan
con una abuelita tan encantadora como Manuela Carmena que se salvó de la
escabechina del despacho de los laboralistas –1977– y, por tanto es una elegida
de los dioses (y el electorado)?
A la gente con baraka no se la desafía: muchos cristianos ignoran lo que saben los
moros. Esto me recuerda al empresario, con cierto protagonismo cuando el Pacto
del Pollo que tenía un equipo de fútbol en l’Horta y pagaba, además, dos mil
pesetas a un propio encargado de acosar al árbitro y llamarle “¡fill de putaaaa!”
sin parar “¿Quan pare?”, preguntaba
el acosador cuando ya se sentía agotado. “Quan
jo el diga”, respondía el patricio.
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