CON GUSTO
VENTANA DEL CRIMEN
EMILI PIERA
En mi última charla dentro de Valencia
Negra, en la deslumbrante biblioteca del la calle Hospital, había muchas más
mujeres que hombres, incluida la presentadora Marina Lomar, así
funcionan las cosas en literatura y actividades afines, últimamente. Hablaba de
Grans crims en pantalla menuda, de la
novela cotidiana de los delitos de sangre (y sexo), esos que casi toda la
televisión convierte en sopicaldo de sobre para tomar a mediodía o en la cena y
a los que trata –como a los demás temas, incluso a la receta de la albóndigas
con tomate– con las técnicas del reallity
con la excusa de las audiencias, la rentabilidad y lo que pide el público.
La desaparecida Canal 9, en sus últimos
años, destacó por su toxicidad y garrulería al tratar de los crímenes y alcanzó
simas de infamia con las niñas de Alcàsser. Y Tele 5 sigue ahí, en el pináculo
de las ventosidades. No tiene porque ser así. Mi señora madre solía decir que a
las lectoras de El Caso les faltaba
un tornillo (y eso que el Régimen trataba de imponer unos cupos a la
publicitación de los crímenes, lo cuenta Luís G. Jambrina en En tierra de lobos, no fueran a pensar
que vivíamos en el reino de los caníbales. No queridos, los caníbales erais
vosotros). Pues bien, descubrí en la persona de Catalina, la madre de mi
amigo Ximo, lectora de El Caso,
a una auténtica narradora oral de crímenes y espantos de la mejor ley. La conmoción
y el miedo.
En el principio fue la pérdida de la
inocencia, la caída (de la que siempre te levantas con algún hueso roto; o
desvertebrado, como un valenciano o un mejillón) y el crimen (Caín y Abel). El cuento,
el mito, vinieron después. Ante la sangre derramada necesitamos saber más,
restablecer el orden. Y a veces se hace bien, incluso en la tele, como en
aquella Crònica amarga (de Canal 9)
que dirigía Àngel Martínez. A veces la tele repara con una mano lo que
rompe con la otra, aunque de los crímenes en televisión quizás hayamos pasado a
los crímenes de la televisión porque hay poco servicio público, cultivo del
morbo y entronización del beneficio que, tal vez, no lleven a ningún sitio en donde
valga la pena estar.
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