CON GUSTO
CATÓLICOS Y FRANCESES
EMILI PIERA
Recuerdo perfectamente la impresión que
me produjo ver a las honradas masa católicas de Francia manifestarse contra el
matrimonio homosexual con tal energía que a, a veces, la dinamo se movía muy
deprisa y del torbellino de chispas salía algún zambombazo contra maricón
distraído. Los dirigentes tuvieron que reprobar los excesos, pero ahí estaban.
Ahora Francia pretende negar el derecho y el deber de los homosexuales
franceses a donar sangre cuando todos sabemos que no hay sexo malo, sino
prácticas arriesgadas y que hay bujarrones más monógamos y profilácticos que
cualquier putero de la huerta. No, queridos, nunca separareis la sangre de la
vida y la pelvis: vienen en el mismo paquete, con perdón: es como meterse en la
Tomatina y pretender que no te manchen la camiseta. Bastan las precauciones
habituales.
Dentro de la deriva general de Europa
hacia ninguna parte, Francia es un caso aparte. Siempre aguantará bien porque
es rica y tiene bombas nucleares. Y se reproduce casi tanto como Irlanda: una
parte del éxito reproductivo se lo debe a los católicos que, como dice el
lúcido Houellebecq “tienen muchos hijos, están muy convencidos de lo
suyo y habrá que seguir su trayectoria”. A veces se nos olvida que nombres hoy
no muy recordados como François Mauriac, Charles Peguy o Jacques
Maritain fueron figuras del pensamiento y la literatura específicamente
católicas (o, al menos, cristianas). Todos ellos los cita Manuel Vicent
en Desfile de ciervos al referirse a
las luminarias que guiaban a los niños de las mejores familias catalanas que
acudían al colegio seglar pero católico, Virtèlia, niños como Pasqualet
Maragall.
Incluso en esta última Fira del Llibre
se han rescatado una cosas juveniles de Joan Fuster, una obrita devota
de Paul Claudel traducida por el de Sueca, cosas así. Todo eso es
perfecto si no se olvida que somos una sola carne, es decir que católico,
musulmán ateo, pagano o mercero, no existe nada ni nadie que pueda situarse por
encima de la libertad. Lo dijo Cervantes (y Kropotkin) y es así,
porque sin ella no puedes ser ni monógamo ni perverso polimorfo.
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