CON GUSTO
CIUDADES SECRETAS
EMILI PIERA
Paseábamos
por el flanco soleado de Vicente Zaragozá cuando descubrimos otro mundo
a la altura de la gran rotonda que regula el cruce con Tarongers y la
autopista a Barcelona. Las ciudades, que son selvas a la carta, aunque
se desconoce quien las escribe, ocultan claros propicios y, aunque
aquella conjunción de solares y yermos es un tanto desvencijada,
empezaron a aflorar un último jardín de algarrobos y pinos, una hilera
de moreras vestidas de exuberancia, una jungla de flores, blancas y
amarillas, que huelen a turrón…una vez me invitaron a una churrascada en
una casa de Russafa: en el interior había un patio, sólo parcialmente
domesticado, tan grande como la era de un marqués.
Solares:
agricultura sin premeditación, vida extasiada. Es casi un alivio
descubrir una patatal tan disciplinado como un batallón prusiano, cada
planta en su caballón y cada caballón a la misma distancia del
siguiente. Sobre el cierre del fondo se derrama la gloria de las
glicinas. Los huertos sociales conocen su momento de triunfo, incluso
junto a esa finca, repleta de gente próspera e ideología clorofílica,
con las distintas plantas giradas con respecto a su eje: como un pastel
metido en una centrifugadora. Las acequias, mutiladas, resurgen y traen
una agua milagrosa, que aparece y restalla entre una sección de tubería y
la siguiente.
Estamos en la ciudad y, más allá de las glicinas
hay una comuna libertaria que ha ocupado una alquería y tiene bicicletas
y niños y nísperos en plena producción. Hay una higuera plantada de
hace poco. Se aplican a las tablas de verduras, aunque los lirios están
demasiado lejos del agua. El urinario, que fue fontana por deseo de
Marcel Duchamp, ahora es urna: “Votad aquí”. Sigo por la calle que me
retorna a la plaza de Benimaclet tras dejar atrás el Teatre Lluerna
–mantiene programación durante las fiestas–, palmeras robustas libradas
del picudo y otra alquería con más palmeras y dos higueras centenarias.
Hay una casa esquinera cubierta de suficientes azulejos en trencadís
como para alicatar todos los baños de Isabel Preysler: una desmesura que
ya es arte.
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