CON GUSTO
TODO UN SÍMBOLO
EMILI PIERA
Cuando esta noche la Cartelera Turia distinga a la farándula, a los
escritores y cómicos, a la bohemia más o menos dorada (o que aspira a serlo),
habrá entre ellos, una distinción para los modestos libreros, para la Fira del
Llibre de Valencia. Será el tercer premio por su quincuagésima edición y nadie
podrá decir que no lo merecen: le pusieron ganas y empeño y, cuando no tenían
otra cosa, añadieron su desaliento y su ansia por sobrevivir. Como si oyéramos
cantar a la primera alondra del alba, este último año ha crecido la venta de
libros: un 0’6%, no es para atragantarse, pero podría ser un cambio de
tendencia.
Una vez Isaac Asimov –no me canso
de citar el caso– imaginó como juego intelectual un sistema futurista de
acumulación de datos que fuera duradero y resistente a los cambios de humedad y
temperatura, que se pudiera consultar por partes o enteramente, rebobinar en
cualquier sentido, inalterable y fácil de transportar, sin enchufe ni gasto de
energía en la conservación y reproducción. Resultó que ese chollo ya estaba
inventado: es el libro, que sigue siendo como es porque llegó mucho antes que
la imprenta, del mismo modo que el arado, la hoz, el cuchillo o las tijeras han
cambiado poco de diseño en siete mil años o más.
Se venden más libros y se ha duplicado
la venta de libros digitales, pero son poco más de cuarenta millones y, sobre
todo, para obras técnicas. Para la literatura –la única clase de escritura y de
lectura que, tal vez, merece esos nombres–, para la literatura, digo, seguimos
acariciando el lomo del libro, su sedosa cubierta, la lujuria del aroma a
nuevo; leer cinco, diez, mil veces, el comienzo de Moby Dick, aún más restallante que el de El Quijote o Cien años de
soledad. Pues la venta de esas cosas, de literatura, ha bajado. Y mucho.
Por lo visto los esfuerzos del ministro Contra la Cultura, no han sido baldíos:
fructifica el IVA al teatro, la expulsión del aula de todo lo que huela a arte,
a lenguas clásicas, a filosofía: la Europa de Stephen Zweig, Billy
Wilder y Thomas Mann se dispone a acogotar a Grecia. Todo un
símbolo.
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