CON GUSTO
FERRAN Y EL VIRUS
EMILI PIERA
Nunca vi tanta gente enferma como en el
cambio de año. El virus. Lo tuvo mi mujer, lo tuve yo, lo tuvieron mis hermanos
y hasta mi vecinito Ferran, que canta con su madre grandes éxitos para
cagoncetes y mantiene largos razonamientos con ella. Lo escucho mientras me
afeito y me río. El chavalín tuvo que ser internado por un problema de
plaquetas. Es ese virus que te descompone las tripas y te deja magullado. El
primer día me dolían las rodillas; el segundo, todo el cuerpo; el tercero y el
cuarto, se centró en la zona lumbar y luego se fue como había venido, qué raros
son los virus de ahora: normal, mutan sin lluvia en inviernos calientes.
Supongo que sabes que has entrado en
cierta edad porque crece sin cesar el cómputo de los afectados por esto y lo
otro, la cifra de los que dejaron el juego (“tienes que mirarte la próstata”,
me dice un amigo), en una especie de competición hacia la completa
incompetencia. Dicen que el invierno se cubre de blancos cristales para
depositar sobre ellos la nubecilla del aliento, que a veces es el último, y que
siga la rueda. Cuando yo tenía la edad de Ferran, sólo había media docena de
canciones infantiles, una buena parte bastante obscenas, aunque, al ser el
pequeño de la casa, me alcanzó la primera ola del rock: los chicos de la
cuadrilla de mi hermana eran tan modernos que se llamaban Peña Sputnik y ponían
en el picú a Elvis y Jerry Lee Lewis. Me gustaban.
Mi hermana (en funciones de madre de
complemento) y sus amigas, me llevaban al mar y se me iban pasando de unos
brazos a otros (a veces me puteaban haciéndome aguadillas): nunca estuve tan a
gusto como cuando flotaba en aquel cálido mar de tetas, digo de Tethys. Ahora,
el escalpelo va a sajar uno de aquellos pechos adorables. Cuando mi querido tío
Pepe vivía sus últimos días, le entraban tremendos accesos de desasosiego y en
uno de ellos salió corriendo de la casa y tuve que seguirle un buen trecho
hasta darle alcance y abrazarlo. La medicina funcionó pues fue aflojando los
músculos de los brazos y entonces le sonreí a la cara y él me dijo como con la
voz de un sueño: “Què curt ha sigut tot!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario