CON GUSTO
NACIÓN ROTONDA
EMILI PIERA
No me
extraña que tres ingenieros y un arquitecto hayan lanzado el proyecto
Nación Rotonda pues ese artefacto –la rotonda– nos define tanto como la
escuela pública a la República francesa o la ojiva a la Europa gótica.
La rotonda es un espacio renunciado, un no lugar, un borrón en la traza
del tiralíneas: su sentido, discutible, es facilitar el movimiento,
alejar a los que se acercan, dar curso a los que podían detenerse,
servir de cartel hortera de la ciudad con derroche –derrame, diría yo–
de azulejos, chorritos y letreros llameantes. Todas tienen su dosis de
clorofila y, a veces, un jardín de cactus, especies autóctonas u olivos
desertores de la productividad. Eso sí, están llenos de gente.
Tenía
que pasar, mira que lo avisé ¿Alguien puede creerse que unos espacios
tan jugosos, con una ornamentación que obedece a las últimas tendencias,
con servicio de agua y centrados –our house, in the middle of the
street, que cantaban los jipis–, podían mantenerse mucho tiempo
inéditos? La cosas no suceden así. No busquen más los desempleados, a
los expulsados de Gran Hermano, a los guiris que se apuntaron a un
paquete de cinco días de botellón, a los dependientes que cruzaron y ya
no pudieron volver, ni a aquellos que desahuciaron los bancos: Vivaquean
como pastunes en el paso de Khyber tras las rocallas que rematan las
rotondas. Han aprendido de las garzas y de las lagartijas que el tráfico
continuado tiene un efecto muro: al otro lado del frenesí, o sea en la
rotonda, se está como en Bronchales. O mejor.
Las rotondas están
llenas de gente y más que habrá, pues a veces son más grandes que un
campo de refugiados y más feraces que la huerta murciana (que en paz
descanse). Se ha demostrado que una rotonda de cien metros cuadrados (y
las hay de una docena de hectáreas) puede mantener a un sujeto adulto
aunque tenga el apetito de Juan Echanove. Frente a las promotores y sus
rotondas, los pro-quietud refugiados en las rotondas. Solo resta tender
puentes entre una rotonda y la siguiente y entre ellas y la tierra
firme, pero no se lo encarguen a Calatrava que nos da la risa.
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