CON GUSTO
FRANCO ERA CHINO
EMILI PIERA
Ayer se produjo una efeméride
divertida: Franco ya lleva más años en el sepulcro de los que se pasó en
el trono, hecho una reinona. Incluso los que tuvieron el dudoso privilegio de
conocerlo desde el principio, ya llevan más años sin él que padeciéndolo. No
está mal como fracaso para quien quería asentarse sobre principios nada menos
que inmutables. No hay mal que cien años dure: ni siquiera cincuenta. Como todo
el mundo cuenta batallitas acerca de lo que hacía y por donde andaba por aquel
entonces, yo cuento que, el verano de ese año, empecé a hacerme periodista (a
escribir había comenzado antes) y que, por tanto, llevo tantos tiempo sometido
al jubiloso yugo del oficio como libre de quien ideó tantas maneras de
sujetarnos.
Sin embargo tenían razón los moros que
señalaban su baraka, su buena
estrella, una formidable chamba (que los distraídos confunden con la
Providencia, cuando la pobre hace lo que puede y, sobre todo, lo que le
dejamos) que siempre le situaba en el lugar más ganancioso y a sus rivales, en
el avión estrellado o en las estepas rusas, bien lejos. Y a los americanos,
bien cerca: para que trajeran queso y megatones, leche en polvo y avales
(bancarios). También fue muy astuto a la manera cazurra y un poco china y como Deng
Xiaoping a sus paisanos, nos pilló el tranquillo: concedernos la libertad
de aclamarlo, de constituir empresas y de ganar dinero. Las golferías, con
discreción.
Gracias a la política ficticia (no
paraban de adoctrinarnos pero Framco, curiosamente, era más empírico que
doctrinario), pudo fingir que los suyos eran España, lograr que no se tuviera
en cuenta que fue más sanguinario que otros tiranos vecinos como el portugués Salazar
y el italiano Mussolini, no conceder ni honor ni reconocimiento a los
otros españoles combatientes (que siguen en las cunetas) y vender a los
saharauis. Nos devolvió a la Edad Media donde habitaba su feo culo subido a la
grupa del caballo de San Fernando. Había entonces y ahora una forma de
vengarse de tanto desconsuelo: cultivar la alegría contra toda esperanza.
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