domingo, 21 de diciembre de 2014

Galaxias caníbales


16/12/14
CON GUSTO
   GALAXIAS CANÍBALES
EMILI PIERA
Salvo el breve período que va del Barroco a las guerras del opio, China siempre halló el modo de ir por delante de Europa: en ciencia y tecnología. También, quizás, en un terreno de tan difícil evaluación como el arte; en invenciones, urbanidad, diplomacia y repertorios de gobierno. Parece ser que tienen una novela muy parecida a El Quijote y que dieron la vuelta al globo antes que Juan Sebastián Elcano. Pero en este como en muchos otros casos, China se desentendía del mundo (como Japón): hasta que les abrimos a cañonazos porque ellos nos vendían, pero no nos compraban nada. China ahora está más que abierta,  desparramada. Vive en cada tienda de la esquina, en cada bar y en la forma más insidiosa de dominio: deberle algo a alguien.
No sé si con todo ello, China se ha traicionado a sí misma, pero como vivíamos en universos paralelos, al entrar en contacto se han producido columnas de chispas y un torrente de oro, pero también reacciones en cadena masivas de tal manera que de las dos galaxias, no sabemos cual es la caníbal. Como ese tren navideño, saludado irresponsablemente por la autoridad, que se supone competente, con muchos vagones, repletos de contenedores, llenos de mercancías que ya no fabricaremos nosotros. El tren venía de China y se dijo, entre acordes triunfales, que era más largo que el Transiberiano. Por dios, no confundamos, el Transiberiano es del género épico; lo de los chinos, sólo es del genero administrativo y contable: un billete combinado de mercancías aunque sirva para recorrer, dicen, 16.000 quilómetros.
En los años del boom alguien que conozco presumía de haber convertido el puerto de Valencia en la primera puerta de entrada de los artículos chinos, lo que me recuerda a Gabriel Magalhaes: “la clase media europea ha sido enseñada a pensar contra sí misma (…), una intoxicación mental que empuja a millones y millones de personas a aprobar ideas que en realidad les perjudican gravemente”. De ahí la penetración china: una penetración de dieciséis mil quilómetros de longitud, ay mare.

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