PARA BALTASAR
La verdad es que cuesta imaginarse un
Benimaclet sin Baltasar aunque Baltasar, de natural nómada, pudo pasarse sin
Benimaclet, muchos años y en los más diversos lugares. Pero quizás nuestro
amigo, nuestro Peter Pan, no se haya ido del todo mientras quede alguien que
recuerde su risa hacia adentro, el brillo burlón de sus ojos, su gigantesco
espíritu de gresca y fiesta.
Como somos de un país que sólo habla
bien de los muertos, mido mis palabras: el afecto verdadero no necesita exageraciones.
Baltasar es un ciudadano –me cuesta hablar en pasado– más bueno que ejemplar,
más cariñoso que modélico y más alegre que coherente. Cada cual elige el mapa
de su vida. Dio algo de consuelo a tantos, y bastante o muchísimo a unos pocos,
empezando por su familia, su padre Baltasar, su hermano Manolo, sus hijos Iván
y María y su querida mujer, Inma.
Benimaclet se queda sin cronista. En
otro tiempo, Baltasar hubiera contado las historias del barrio con viñetas y
pareados, con aleluyas y otros recursos de buhonero de feria en feria, porque
se conocía todos los sucedidos, historias, enjuagues, líos y viejos asuntos del
barrio y los contaba a su manera, atropellada y gozosamente, como con temor de
olvidarse algo o, mejor aún, con ganas de sembrar más curiosidad de que la que
saciaba.
Y ya me callo. Me ha pasado lo que a
muchos: lo he visto tendido y quieto por una vez y me ha parecido que iba a
levantarse y a soltar: “¡Os jodéis que estoy vivo!”. Y el caso es que tendría
razón aunque ahora descanse un rato y camine hacia la luz que brilla perpetua. Adéu,
Balta.
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