CON
GUSTO
LIBROS
DE TEXTO
EMILI
PIERA
Como
estamos convencidos con Oscar Wilde que sólo el lujo (y el AVE) son
imprescindibles (en España, cada hombre, un soberano), se nos ocurren un millón
de maneras de ahorrar en fruslerías. Por ejemplo en libros que son un objeto de
placer que dura mucho más que una trufa negra de buen tamaño, más que un polvo
cumplido, más que un estupendo festín con tres platos y postre, más que una
película del George Clooney. Ahorramos, muy concretamente, en libros de
texto: le dan, al cabeza de familia, cien euros al empezar y otros cien, al
final de curso, si el nene o la nena devuelven los libros intactos o en buen
uso ¿Contará Hacienda la calderilla como ingreso extraordinario?
No
sé que es peor si ese estilo mendicante que da en racionar las monedas, pocas y
pequeñas, o ese estímulo, supuestamente cívico, del reciclado, las buena
maneras y la renuncia a la caricatura de la autoridad competente. De toda la
vida, los libros de texto han desencadenado, precisamente porque no lo
pretendían, el talento satírico, la capacidad de añadirles a las cien, o más,
figuras universales, una barbita de chivo o una cresta punkie. Hasta un señor
tan comedido como Azorín –que sobrevivía en su larga ancianidad con
sobrecitos de azúcar disueltos en agua del Lozoya -, hasta ese señor de
sombrero y cutis de marfil antiguo, decía que los libros están para
subrayarlos, añadirles notas al margen, pegarles post-its y adendas, sujetas
con cinta adhesiva, doblarles los cantos para encontrar la cita y otras mil
perrerías. El libro ni siente ni se duele: eso lo hacía el que lo escribió.
Por
otro lado, no sé si los ilustres administradores de los recursos educativos
–que a veces han leído incluso más de un libro – no sé, digo, si entenderán que
en muchas casas no hay otros libros que los libros de texto y que sacarlos de
allí es como contarles las aspirinas a los jubilados con la excusa de evitar la
automedicación. Coño, paguen los libros y olvídense de ellos, que luego cada
cual los tratará según su personal idiosincrasia: a mi me encanta olerlos
cuando son nuevos, pero juro que nunca he ido más lejos.
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